El pasado 30 de octubre la Secretaría
del Tesoro americana criticó duramente al gobierno alemán por su responsabilidad
en la débil recuperación de la zona euro, al llevar adelante un modelo
económico en que las exportaciones lideran el crecimiento, un modelo que ha
practicado China durante varias décadas hasta ser ya la segunda economía
mundial. Sostiene el gobierno americano que Alemania debe gastar más y reforzar
así la economía europea y mundial.
Ocurre
que el superávit alemán de cuenta corriente - el exceso de ventas al exterior
comparadas con sus compras-, ronda el 6%. Como Alemania no tiene monopolio de una materia prima o
fuente de energía estratégica, los salarios no son de hambre y existe un buen
sistema de seguridad social, ese superávit se debe a su eficiencia. Es sabido que
los alemanes trabajan muy bien y que su tecnología es excelente. Exportar mucho
es algo que hace el que puede y no el que quiere.
No
se le puede pedir a Alemania que sea menos competitivo, que trabaje con menor
productividad. Es un contrasentido si hablamos de economía. Afirma la
secretaría del Tesoro que Alemania debe consumir más para ser solidario, lo que
es sorprendente. Se le puede pedir a Alemania que elimine las restricciones,
más o menos encubiertas, que puede estar imponiendo a las importaciones de
bienes y servicios europeos. Si hubiera unidad política se le puede imponer un tributo
a los alemanes que se trasladan como subsidio a la periferia. Se le puede pedir
que instrumente un generoso programa de formación de trabajadores y técnicos de
la periferia europea. Pero no se le puede pedir que derroche dinero, que gaste sin
saber bien en qué.
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¿Cómo
podrían gastar más los alemanes? O lo hacen los ciudadanos o lo hace el
Gobierno. Los ciudadanos están gastando bien y no están asustados. La Sociedad
Alemana para la Investigación del Consumo informó el 31 de octubre que el ánimo de compra de los alemanes sigue
en un punto alto. Es decir que el consumidor alemán no está retraído, no está
en actitud de incertidumbre respecto al futuro.
¿Cómo
se está comportando el Estado alemán? El saldo presupuestal es prácticamente
nulo, es decir, los impuestos son iguales a los gastos públicos. La alternativa
de mayor gasto alemán es que el gasto público aumente y que el país incurra en
un déficit fiscal. La única lógica de la solicitud de la Secretaría del Tesoro
es conceder seriedad a la recurrida caricatura del pensamiento keynesiano: hace
falta un equipo de hombres y máquinas haciendo hoyos en las rutas y un equipo detrás
tapándolos. El objetivo es “mover” la economía, “cebar la bomba”, que circule
el dinero, confiar en el “multiplicador”.
La
revolución tecnológica en curso en el mundo actual hace confiar más que nunca
en el empresario, en el innovador, en el emprendedor. Nadie duda de la
capacidad recaudadora del Estado pero es crecientemente unánime la convicción
de que es un mal gastador. Pedirle a un estado que gaste sin mencionar muy
específicamente cuál es el bien público que se necesita generar y con qué
mecanismos se va a controlar la eficiencia de su generación, va contra la
experiencia recogida en varias décadas.
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¿Por
qué tiene el gasto público ese sesgo hacia la ineficiencia? ¿Por qué en el
mundo actual se busca crecientemente que muchos bienes públicos sean de gestión
privada? Se suele argumentar que el juicio sobre el comportamiento del gobierno
se expresa democráticamente por medio de las urnas. Pero es tan enorme,
complejo y enmarañado el cúmulo de bienes y servicios que provee el Estado que
el juicio periódico del ciudadano es demasiado difuso.
Pero
el problema es más grave. Las funciones y roles del Estado son tan complejos,
que se articulan en torno a organismos donde los que siempre están en realidad
son los funcionarios. El corporativismo es una realidad. Impulsar graciosamente
a un estado a gastar más es una invitación a una mayor distribución de recursos
según el parecer y los intereses de las corporaciones.
De
otro modo: el Estado es un muy eficiente recaudador, pero muy mal gastador. Una
empresa vende y cobra si el cliente decide comprar y está satisfecho con el
producto. Y la empresa compra luego de mirar varias opciones y elige la mejor.
En cambio el Estado establece el impuesto –el ciudadano no sabe en general qué está
pasando- y quien no lo paga comete un
delito y puede acabar en la cárcel. Y cuando de gastar se trata suele comprar
lo de mejor calidad o repartir dinero gratuitamente o brindar servicios
bastante ineficientes. Muchos son imprescindibles, son bienes públicos, pero el
control del consumidor, que es el ciudadano, se da en un tardío y difuso
dictamen electoral.
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Volvamos
a Alemania. Se le pide que incurra en un déficit fiscal porque estaría
perjudicando al resto de la Unión Europea. Influye sin duda en esa solicitud la
autoridad de economistas que como Paul Krugman confían en “tu gastas, yo
trabajo” y hacen de eso un lema de para el crecimiento, olvidándose de la
productividad y del empresario. Pero cabe preguntarse ¿por qué esta virulencia
de la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos en su planteo del pasado 30
de octubre?
Una
posible razón, entre muchas otras, es que la Administración americana está
pasando malos momentos en su imagen internacional. Y Rusia ha contribuido a esa
pérdida de imagen tanto en la penosa guerra en Siria como en el asilo concedido
a Snowden, cuyas revelaciones sobre el espionaje americano a países amigos ha
conmovido el ámbito de la OTAN. Por eso, cuando en las últimas semanas Alemania
decide ponerse en contacto con Snowden en Moscú y el presidente Putin no ve en
ello inconvenientes, los Estados Unidos sufren. Y la Secretaría del Tesoro y la
Secretaría de Estado no son compartimentos estancos.
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